Si hay un platillo que sintetiza el paisaje, la tradición y la inventiva culinaria del norte de México, es el caldo de queso sonorense. Un caldo humilde a primera vista, pero profundo en técnica: mezcla lácteos con tomate, chile verde y vegetales sin que nada se corte, sin que se rompa la textura y sin que la sopa pierda su personalidad ranchera. Su origen se ubica en los hogares del desierto sonorense, donde la dieta nómada, los productos lácteos y la necesidad de comidas sustanciosas dieron forma a un guiso que hoy es emblema regional.
Esta receta tiene muchas versiones, pero todas respetan la idea fundamental: caldo claro con vegetales y cubos de queso fresco que se funden a medias, creando una textura cremosa sin llegar a ser espesa. Su magia radica en la temperatura, el orden del sofrito y el tipo de queso. Y sí: también hay ciencia detrás.
Receta de caldo de queso sonorense tradicional
Ingredientes:
- 300 g de queso fresco sonorense o queso de rancho firme (no sustituir por panela blanda)
- 2 papas medianas en cubos
- 1 tomate grande picado
- ½ cebolla blanca picada
- 1 chile verde cuaresmeño o chiltepín al gusto
- 1 diente de ajo picado
- 1 litro de caldo de pollo o agua
- 1 taza de leche entera
- 1 cucharada de mantequilla
- Sal al gusto
- Orégano sonorense seco (opcional, pero recomendado)
Preparación:
- En una olla grande, derrite la mantequilla y saltea la cebolla y el ajo hasta que estén transparentes. Agrega el tomate y cocina a fuego medio hasta que suelte jugo. Esta base es clave para dar dulzor y evitar que la leche se corte más adelante.
- Incorpora las papas en cubos y mezcla para que absorban el sofrito. Cocina dos minutos antes de añadir el caldo de pollo.
- Añade el caldo o agua, sube el fuego y cocina hasta que las papas estén casi listas. En este punto agrega el chile verde picado y una pizca de orégano.
- Baja el fuego al mínimo. Agrega lentamente la leche sin dejar de mover. El secreto del caldo de queso es nunca añadir la leche cuando el caldo está hirviendo, porque se corta.
- Corta el queso fresco en cubos grandes y agrégalo justo antes de servir. Debe suavizarse, no desaparecer. La textura ideal es esa mordida a medio fundir, cremosa pero firme.
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