En la Ciudad de México siempre hay espacio para una nueva cantina, pero pocas logran capturar el espíritu de lo que significa comer y beber “a la mexicana” con autenticidad como Barra Lupe. Este espacio no es un restaurante en CDMX más ni un bar en el sentido tradicional: es un mexpendio, un homenaje viviente a los antojitos, las garnachas y los tragos que definen nuestra identidad gastronómica.
Detrás del proyecto están mentes que saben lo que hacen: la bartender Claudia Cabrera, responsable de la barra, y el emprendedor Juan Carlos Fortés, juntos construyen un diálogo entre el comal y el shaker, entre el maíz y los destilados nacionales, entre el origen y la reinvención.
El diseño está inspirado en los mercados y cantinas. La barra atraviesa el lugar y está rodeada de azulejos blancos con frases pintadas a mano —“El que madruga, encuentra todo cerrado”— y una estética que mezcla lo popular con lo industrial. La identidad visual, donde una mujer doma a un cocodrilo (el cipactli, el ser mitológico mexica del que brota el maíz) y simboliza el poder creador femenino y la fuerza de la tierra.
Más que un restaurante en CDMX un espacio de homenaje al maíz mexicano y a quienes lo trabajan

El corazón de Barra Lupe late al ritmo del comal abierto, donde preparan maíces nixtamalizados y molidos en casa (amarillo del Estado de México, azul de Michoacán y blanco de molienda diaria) en forma de tortillas, tlacoyos y tlayudas. Cada platillo nace del respeto por el ingrediente y por quienes lo producen.
La experiencia inicia con un antojito de bienvenida, una chalupita o tlacoyito que cambia semana a semana. Después, el menú se despliega como un recorrido por el país: entradas, barra fría, sopas, tacos y postres.
La tetela de haba verde chinampera, con crema de queso y salsa verde, representa el punto perfecto entre lo regional y lo contemporáneo. O la tlayuda, horneada con leña de mezquite, que combina cecina de Yecapixtla, chorizo casero estilo Chihuahua, frijoles y quesillo. La jiva aporta notas ahumadas que recuerdan al campo y conectan con el mercado de Tlacolula, de donde también provienen chapulines, rosita de cacao y el mezcal de la casa.
Los tacos merecen mención aparte, con opciones del norte, del sur, del centro, como el de lengua, de Coahuila o de Nuevo León.
Un lugar que recuerda a las cantinas mexicanas

En la barra, Claudia Cabrera (al frente de Kaito) plantea una travesía paralela: nueve cocteles y tres mocktails que reinterpretan la tradición cantinera mexicana con destilados artesanales y denominaciones de origen.
“La Batanga” revive el clásico de Tequila, Jalisco, con tequila cristalino, vainilla, cordial de huitlacoche, Tonicol y espuma salada de Coca-Cola, servida con una gomita que rinde tributo a la nostalgia de los refrescos de antaño. El “¿Es menyul o mintjul?” toma inspiración del mint julep poblano, mezclando ron veracruzano, licor de menta y ate con queso.
Los tragos celebran la diversidad de nuestros destilados y el ingenio con el que México bebe, como el Guayabo (con charanda michoacana, guayaba y bitters de hierbas) o el Pie de Rancho (con sotol chihuahuense, nuez pecana y manzana). Incluso los cocteles sin alcohol mantienen esa narrativa: el “Conejo 0.0”, con tascalate, mamey y pixtle, sabe a malteada de mercado y demuestra que el sabor no necesita grados de alcohol para contar una historia.
Este restaurante en CDMX no busca deslumbrar con técnicas de alta cocina ni con cocteles imposibles de pronunciar. Lo suyo es honrar lo mexicano, desde el comal hasta la copa, reconociendo al campo, al productor y a la tradición. Con precios son justos y porciones generosas, Barra Lupe busca que el servicio cercano, los aromas del maíz recién hecho y una nueva historia hecha entre sus mesas te acompañen al salir.
¿Te gustó este contenido? No te pierdas más reseñas, recetas y curiosidades gastronómicas en nuestro canal de YouTube.